“Nos lo tenemos que creer”. Esta expresión, un poco victimista, se repite dessector del vino, pero no terminamos de definir lo que nos tenemos qué creer: si la relación calidad/precio, si el valor de nuestros graneles, si la diversidad climática de nuestros viñedos, si la importancia del vino ecológico o la media ponderada excelente de esa calidad tan fácil de medir por paisajes, guías de vinos o la aplicación de la innovación en nuestras bodegas.
Otra cosa es medir la ‘espiritualidad’ de los vinos más tradicionales o la de los nuevos vinos naturales como tendencia ancestral y contrariedad para nuestros vinos ecológicos, con aval del Ministerio de Agricultura. Estábamos en esta interpretación subjetiva, o más bien en piloto automático, cuando se presentó el último informe 2023 de “La relevancia económica y social del sector vitivinícola en España”, encargado por la Interprofesional a Analistas Financieros Internacionales (AFI) para darnos datos y luz.
Este galimatías para profundizar en nuestra falta de orgullo o en la comprensión de la calidad la aportaba la directora de la Interprofesional del Vino de España (OIVE), Susana Dolla, cuando decía que no había otro objetivo