Los años en que ejerció el papado Alejandro VI se enmarcan ya en el Renacimiento italiano y, si bien era Florencia la ciudad que destacaba como centro de la labor de mecenazgo, por obra y gracia de los Médici y por ser un foco de ebullición artística (sobre todo, por la abierta confrontación entre Leonardo y Miguel Ángel), lo cierto es que Roma ganó muchos puntos gracias al empeño de los Borgia. En sus algo más de tres años de papado, a Calixto III no le dio tiempo a hacer mucha labor de mecenazgo, pero a su sobrino Rodrigo Borgia sí. Así que la Roma de los Borgia es sobre todo la de Alejandro VI, cuyo nombre y cuya obra se encuentran en calles, palacios, iglesias, murallas, puentes y vías de la ciudad.
Por motivos de prestigio e interés personal se rodeó de un círculo de humanistas, vinculados a la Curia pontificia, la Universidad y la Academia romana, que le asesoraron bien. Hay que recono- cerle su gusto por el mundo clásico —inculcado por el humanista Gaspar de Verona, su tutor en Bolonia—y su buen ojo, pues contrató a artistas y arquitectos que tendrían una enorme transcendencia en los años del Renacimiento italiano posteriores a su muerte. La realidad es que su sucesor, Julio II, se pondría medallas que realmente le habrían correspondido a él, si hubiera vivido para verlas terminadas: empresas como la planificación de la nueva Basílica de San Pedro o la reestructuración de los Palacios Apostólicos