Contrario a la imagen que Víctor Hugo pintó de Lucrecia Borgia como una figura viciosa y despiadada, la evidencia histórica nos muestra a una persona muy diferente. Lejos de ser la envenenadora y desenfrenada que la leyenda negra sugiere, Lucrecia era culta, gentil y fuerte. Capaz de liderar ejércitos y administrar ducados en ausencia de hombres, fue también una madre dedicada y una mecenas de las artes. Es tiempo de corregir la narrativa, distanciando a Lucrecia de calumnias que la describen como perversa y cruel.
LA HIJA FAVORITA
La población italiana de Subiaco, a 65 km de Roma, donde el cardenal Rodrigo se había hecho construir un hermoso castillo (al tiempo que mandaba restaurar el viejo monasterio), vio nacer el 18 de abril de 1480 a la hija de este y de Vannozza Cattanei, la principal de sus muchas amantes y con quien mantuvo una relación larga y estable. Cuando la pequeña vino al mundo, su madre estaba casada con Giorgio della Croce, de modo que los primeros años vivió en la casa romana de este con su madre, en la plaza Pizzo di Melo, en el barrio del Ponte. El cardenal Borgia, que siempre se refirió a ella como vivía cerca, y también una de las familias más importantes de Roma, los Orsini, en su gran palacio del monte Giordano. La niña tenía siete años cuando ella y sus hermanos dejaron a Vannozza para ir a vivir, precisamente, a ese palacio con Adriana Milá Orsini, prima de su padre, a quien le encomendaron su formación. En el Palacio de los Orsini recibió una educación esmerada y refinada y fue instruida en