Alo largo de su historia, el hombre siempre ha desarrollado un valioso concepto de lo utilitario. La domesticación de animales para facilitarle ciertas tareas fue uno de sus pilares. Dentro de un contexto marcial, en la Antigüedad se desarrolló un conjunto mortal basado en un poderoso animal: el elefante. Entrenados y equipados con ciertos elementos defensivos, estos proboscidios, que solían llevar a varios hombres sobre ellos, fueron muy temidos en combate y propiciaron acciones notables en ejércitos liderados por personalidades como Seleuco, Pirro o Aníbal, sin olvidar que se siguieron usando mucho tiempo después.
Antes que los personajes anteriores, el conquistador macedonio Alejandro Magno se enfrentó a ese problema en sus campañas por Asia. Con la duda de su utilización o no en Gaugamela (331 a. C.) por parte de los derrotados persas del rey Darío III, fue en la batalla del río Hidaspes (326 a. C.) donde una enorme fuerza de elefantes de guerra (cerca de doscientos) del rey Poros cargó contra las falanges macedonias, provocando graves daños en su infantería antes de ser dispersados y derrotados. Con un terreno embarrado por un diluvio nocturno la noche anterior, los macedonios superaron aquel día la mayor de sus dificultades campales.
La desagradable sorpresa de esa fuerza especializada no pasó desapercibida, y los elefantes fueron adoptados por los ejércitos de los diádocos de Alejandro, que se batieron durante décadas por el legado alejandrino. En aquellos tiempos, la especie que usaban todos era el elefante asiático (Elephas maximus), cazado en su entorno natural a una edad aproximada de veinte años (evitando así su costosa alimentación, pues suelen requerir unos doscientos kilos de forraje diarios), si bien alcanzaban su mejor rendimiento a la edad de cuarenta años, más o menos.
El entrenamiento
Fue, precisamente, en las riberas del río Indo, durante el período de la ciudad de