La Biblia cuenta que Moisés dividió milagrosamente las aguas del mar Rojo hace 3.300 años, pero su reputación como vía comercial es todavía mucho más antigua. Cuatrocientos años antes, los mercaderes egipcios ya surcaban sus aguas para comprar y vender; y en 1000 a. C. ya se usaba para traer mercancías desde la India. Todo eso antes de que la apertura del canal de Suez revolucionara el comercio mundial.
El miércoles 18 de agosto de 1869, el mar Rojo unió definitivamente el mar Mediterráneo con el océano Índico. A esa ceremonia de inauguración acudieron seis mil invitados, incluyendo un emperador, una emperatriz y varios reyes y príncipes herederos. La ocasión no era para menos: gracias al nuevo paso, la travesía entre Londres y Bombay se acortaba en once mil kilómetros y unos diez días, al no tener que rodear África.
El acceso al mar Rojo era demasiado importante como para que las potencias de la época no quisieran controlarlo: antes de que existiera el canal, los británicos ya habían ocupado parte del norte de Egipto para asegurar en todo Egipto. Como diría el canciller alemán Von Bismarck, para los británicos, el canal era “la médula espinal que conecta el cerebro con la columna”; la metrópoli y la colonia de la India.