Hay que tener la mente agitada para idear un Las Vegas como el que existe en Nevada (EEUU). Algo retorcida, incluso. Cómo, si no, va a inventarse alguien una ciudad para pecar en medio de la nada, en pleno desierto. Las Vegas es un gran escenario en el que casi todos actúan. Es la ilusión de quienes dejan su vida ordinaria aparcada durante unas horas para convertirse en otros. Seguramente, más desinhibidos y espontáneos, más truhanes y menos señores.
Existen dos Las Vegas: la de quienes residen la vía principal de 6,8 kilómetros que vertebra la urbe. A ambos lados, un éxtasis de cartón piedra en el que gigantescos hoteles juegan a parecerse a Europa. Está el con su lago y sus fuentes danzantes, que expulsan agua hasta una altura de 140 metros; también el con su réplica de la Torre Eiffel, y el con más de 3.500 habitaciones, siete piscinas y un Coliseo romano. En cada establecimiento, un casino.