Un sorbo puso fin a una vida de leyenda. En el 183 a. C., el anciano general Aníbal Barca decidió suicidarse con un chupito de veneno. Lo hizo a los 62 años, agotado de la persecución del Senado, cansado de huir a través de Cartago, Armenia y Bitinia, y con las legiones hostigándole en su exilio. El hastío de sus últimas palabras estremeció a sus allegados: «Vamos, aliviemos a los romanos de la ansiedad que tanto tiempo han experimentado, ya que no tienen paciencia para esperar la muerte de un anciano». Así abrazó a la Parca el genio de la guerra que, tres décadas antes, había puesto en jaque a Roma y había levantado en armas a medio Mediterráneo en contra de la otra mitad. Porque sí, aunque se suele pensar que la segunda guerra púnica fue cosa de dos Estados, la realidad es que en ella jugaron un papel trascendental las alianzas.
DESASTRE ESCIPIÓN
Más que la propia Roma, que también, la enemiga tradicional de Cartago fue una familia con muchos nombres y un único apellido: Escipión. Los números lo corroboran: esta estirpe de la famosa Cornelia aportó 15 políticos y militares a la República. La maldición fue que el primero de sus grandes representantes no salió bien parado de sus entendió la dificultad de la empresa que le habían encargado. Su nuevo paso por el cargo sí fue exitoso, pues conquistó la principal base enemiga en Sicilia.