iciembre de 1997 fue el principio del fin. Ese mes, el telescopio espacial Hubble detectó un tremendo fogonazo que sucedió hace 10 000 millones de años: se trataba de una supernova, bautizada como 1997ff, que explotó en una galaxia elíptica. Era la supernova más distante jamás observada (hoy ese récord lo tiene SN 1000 0216, que estalló hace 12 000 millones de años) y pronto se convertiría en la prueba más importante de que nuestro universo es más extraño de lo que podíamos imaginar. Si lo que se deduce de las observaciones astronómicas es cierto, las dos terceras partes de todo lo que contiene el universo está en forma de una «energía oscura» que funciona, a grandes escalas, como si se tratara de una gravedad negativa. Es la famosa cavorita de H. G. Wells —capaz de hacer levitar los objetos porque apantalla la gravedad— pero a escala cósmica.
La existencia de una energía oscura que llena el universo fue anunciada al mundo en 1998 por dos grupos de astrónomos: el Supernova Cosmology Project (SCP), liderado por Saul Perlmutter del Lawrence Berkeley National Laboratory, y el High-Z Supernova Search Team (High-Z), liderado por Brian Schmidt de la Universidad Nacional Australiana. Entre sus planes estaba medir la distancia a la que se encuentran las galaxias más lejanas.
Puede parecer insólito, pero estimar distancias en el universo es