A mis 26 años logré convertirme en uno de los 15 socios de un despacho de renombre, que contaba con 150 empleados y múltiples oficinas repartidas por el país. Compartía la mesa con grandes profesionales y magistrados en excedencia, estaba cómodo económicamente y bien valorado dentro de la compañía. Se podría decir que, a mi corta edad, ya tenía todo lo que se esperaba de mi desde que acabé la carrera. Pero con el tiempo, comencé a cuestionar el impacto de mi trabajo y fue creciendo en mí una profunda insatisfacción profesional y personal.
Como la mayor parte de la industria legal, nuestra labor se concentraba en ayudar al 1% de personas y empresas con más recursos técnicos y económicos. Mi aportación consistía en ayudar a