La margen derecha del estuario del río Guadalquivir, en la orilla onubense y parte de la sevillana, constituye uno de los escenarios naturales más espectaculares del continente europeo. Lagunas, marismas y dunas comparten el paisaje con matorrales y monte bajo mediterráneo y conforman el hábitat de numerosas especies animales y vegetales. Varias de ellas, en serio peligro de extinción, tienen en este paraje su último refugio, y para otras ha sido el punto de partida para su recuperación, como es el caso del lince ibérico.
Se trata del Parque Nacional de Doñana, cuyos humedales utilizan cada año más de medio millón de aves acuáticas para invernar. Es, además, hogar de cinco especies de aves amenazadas, y tiene una de las mayores poblaciones de garzas de toda el área mediterránea. Pero no solo algunas de estas especies están en peligro de extinción, como el águila imperial ibérica, sino el propio parque, que esconde en su subsuelo su mayor tesoro, la fuente que le confiere su incalculable valor ecológico.
Los acuíferos que alimentan los humedales de este paraíso se están secando. «Es desastroso, especies muy comunes están dejando de ser vistas en Doñana, está perdiendo su capacidad para albergar biodiversidad», afirma rotundo Carlos Dávila, responsable de la Oficina Técnica de SEO/BirdLife en el parque nacional. Y esto se debe, en su opinión, a dos circunstancias: «El calentamiento global en forma de prolongadas sequías recurrentes, que han venido para quedarse, y el incremento de los regadíos en el entorno de Doñana».
Ya en el mes de mayo, la Unesco se mostró preocupada «por los informes sobre los cambios legislativos
