¿Qué es la maldición de Tutankamon?
El hallazgo de la tumba desató una tormenta de malos presagios. Los profanadores, se decía, serían castigados por su sacrilegio. El rosario de muertes de años futuros, magnificado por la prensa, alimentó el cuento de la maldición.
La picadura de un mosquito en la cara, el brote de un pequeño grano cortado accidentalmente por la navaja de afeitar y la consiguiente infección maligna desencadenaron la muerte de lord Carnarvon el 5 de abril de 1923, anunciada oficialmente por neumonía. No faltó tiempo para publicar la noticia bomba en la prensa con un titular que dio mucho que hablar: “La venganza del faraón”.
■ El lexicógrafo alemán Adolf Erman, que puso orden gramatical en la escritura jeroglífica egipcia, ya había traducido un texto en 1892, encontrado en la tumba de un noble de la dinastía VI, donde se leía lo siguiente: “A todo aquel que entre en esta tumba para hacerla su posesión mortuoria, yo lo capturaré como si fuera un ave salvaje y el gran dios lo juzgará por ello”. Semejante fórmula de protección iba destinada más bien a cualquier aspirante al Más Allá que a los vivos en busca de tesoros.
Pero no dejaba de tener su condena maldita para quienes pretendieran sacar algo.
Muertes misteriosas
Así que los muertos que se le adjudicaron a la maldición fueron aumentando, a juzgar por las informaciones periodísticas que los convertían en “malditos”. Ni la perra de lordcastigo faraónico. De nada sirvió que el mismo Howard Cárter se levantara en contra de lo que él llamó “historias ridículas”. Incluso se había aireado la historia de una fantástica cobra (símbolo del milenario y antiguo Egipto) que había devorado el canario de Cárter en el momento de entrar en la tumba de Tutankamón. La espectacularidad de los descubrimientos corrió pareja con los titulares altisonantes de algunos periódicos. Trascendió que en los muros de la tumba existía una maldición que afirmaba que “la muerte extenderá sus alas sobre todo aquel que se atreva a perturbar la paz del faraón”. A pesar de que esta maldición es repetida hasta el día de hoy, no se ha encontrado el conjuro en ninguna parte de la tumba. Aunque los creyentes en lo sobrenatural destacan la seguidilla de muertes de los participantes en la empresa, ya en 1934 el egiptólogo Herbert Winlock rebatía estos argumentos señalando que, estadísticamente, las muertes no eran superiores a las de similares expediciones en otros ámbitos.