Londres era la capital del mundo durante el apogeo victoriano del Imperio británico. Sin embargo, en la franja del gran lujo carecía de servicios tan refinados como los que podía ofrecer París, o tan modernos como algunos de Nueva York. Uno de los empresarios más creativos del ocio nocturno de entonces percibió este nicho insatisfecho en la hostelería y la restauración y decidió salvar el honor de su ciudad natal mientras se embolsaba unas cuantas libras.
Richard D’Oyly Carte tenía arrestos de sobra para ello. Era un inversor tan arriesgado como perspicaz. Por algo venía revolucionando el espectáculo musical desde 1875. En esa fecha había reunido con carácter estable a los reyes de la opereta en inglés, la máquina de éxitos formada por W. S. Gilbert y Arthur Sullivan. Precursores de lo que se convertiría, años más tarde, con el jazz y otras influencias, en los musicales del West End y Broadway, Gilbert y Sullivan eran oro