Elster Blanco, un embravecido río tributario centroeuropeo, se tiñó de rojo en la mañana del 19 de octubre de 1813 cuando los remanentes de la Grande Armée de Napoleón se retiraron como pudieron a través de su cauce, perseguidos por la gigantesca masa de aliados que se les vino encima, al tomar la ciudad de Leipzig. Habían batallado durante tres días contra la Sexta Coalición, y habían sido batidos como nunca en una batalla campal. Esa derrota, en la denominada batalla de las Naciones, precipitó la huida de Napoleón hacia las fronteras naturales de Francia y anticipó la posterior invasión de sus enemigos. La caída del Corso parecía cercana, y en las cortes europeas se empezaba a vislumbrar el futuro en el continente sin él.
Antes de llegar a esa nueva conflagración, hubo un movimiento diplomático del canciller austríaco Metternich, las llamadas Propuestas de Frankfurt, donde ofrecieron a Francia retener sus conquistas revolucionarias de los primeros tiempos (Bélgica y Saboya) y a Napoleón mantener su dinastía, unas condiciones, vistas las circunstancias, bastante aceptables para el Corso. Pero este vaciló, y, tras la injerencia posterior británica, su gran enemigo, no le quedó otra opción que recurrir a las armas, que siempre fue su herramienta política favorita. Claro que el panorama militar era poco halagüeño, con más de cien mil hombres aferrados a plazas fuertes y aisladas más allá del Rin, muchas de las cuales ya se estaban rindiendo, mientras cuatro ejércitos convergían sobre el sagrado suelo francés.
Nuevo año, nueva guerra
El más madrugador era el angloaliado de Wellington, el cual ya se encontraba entre Bayona y Pau, con unos ochenta mil