Venía de un mundo muy, muy oscuro, donde la mujer se encontraba en una posición bastante dolorosa, completamente marginal. Lita Cabellut había nacido en Sariñena (Huesca) allá por 1961, pero sus primeros años no fueron los propios de una niña de su edad. Abandonada por su madre, que ejercía la prostitución, se vio abocada a vivir la calle, a conocer el desamparo y el dolor, a idealizar el cariño. Fue su abuela quien se la llevó a Barcelona, pero casi para desocuparse de ella. Allí conoció los monstruos de la indigencia, la soledad y el desvalimiento, hasta que a los 8 años, sin aún leer ni escribir, ingresó en un orfanato. No fue hasta casi un lustro después cuando una familia acomodada la adoptó para intentar cambiar su vida.
Y tanto que lo hizo. Con un solo gesto. El de llevarla de la mano por primera vez al Museo del Prado de Madrid. Allí, la pequeña (Manue)Lita se separó un instante de sus padres adoptivos y recorrió la galería que la llevó a encontrarse con esa obra maestra de frente. Perpleja y emocionada, contempló durante minutos la majestuosidad de de Rubens. «Cuando llegué y vi a tres mujeres que bailaban desnudas,