La botánica siempre estuvo en el corazón de la cosmética. También en el de los perfumes. El reino vegetal es una mina de activos y el mundo de la belleza lo sabe desde tiempos inmemoriales. Extractos de plantas y aceites esenciales han constituido la materia prima sobre la que han trabajado desde los Kosmetos de la Antigua Grecia hasta los equipos multidisciplinares que formulan la cosmética más avanzada de hoy. Durante milenios ambos mundos, cosmética y naturaleza, han caminado de la mano, pero esa relación de pareja no siempre ha estado basada en el respeto y el equilibrio. La industria no ha sido demasiado considerada a la hora de extraer las materias primas -esquilmándolas a veces-, de procesarlas o de deshacerse de los residuos. Pero hasta aquí hemos llegado.
La belleza será sostenible o no será. Fabricantes y consumidores lo tienen claro. Las marcas de cosmética, sabedoras de hallarse en un punto de no retorno en el que su actividad no puede comprometer la salud del planeta, están renovando sus votos con la naturaleza, fortaleciendo ese vínculo de entendimiento mutuo inicial, con un pacto de no agresión ambiental y unos valores éticos que buscan ese camino hacia una belleza más verde con la creación de unos laboratorios a cielo abierto ya antes de que la sostenibilidad fuese moneda de cambio en el mercado de la cosmética.