Sueli, trabajadora social, sujeta una pila de expedientes bajo el brazo mientras hace señas a su compañero Leo para que se acerque. Se agarra a la barandilla del barco y, con paso enérgico, sube a una pequeña lancha rápida adosada al costado del buque. Son las 8 de la mañana y ya hay 35 ºC aquí, en plena selva tropical, cerca de la desembocadura del Amazonas, donde el río termina en el Océano Atlántico. Sueli y Leo llegan tarde. La jueza Laura Costeira, su jefa, les ha asignado un caso urgente, y hoy es la última oportunidad.
TRABAJAR EN TERRENO MOVEDIZO
La lancha traquetea por el río Amazonas. El tramo a su paso por el estado de Amapá, al norte de Brasil, es tan ancho que apenas se ve la otra orilla. La corriente es tan fuerte, las olas tan altas, que parece que se navega en mar abierto. Recorren diez kilómetros río abajo hasta que aparecen unas cuantas cabañas en la orilla. Seu Ariton, un hombre de unos treinta años, espera en el muelle. Ariton conduce a Leo y a Sueli sobre tablones de madera hasta un pequeño sendero,