ARNOLD SCHWARZENEGGER me ha estado enseñando, en el gimnasio Gold’s Gym en Venice (California), su circuito de hombros matutino de cinco rondas y, ahora mismo, se supone que debemos comenzar la cuarta ronda, pasando del simple ejercicio a la categoría de ejercicio sin descanso.
Pero dos mujeres están haciéndole fotos con sus iPhone, y Arnold se da cuenta de ello. “¡Hola! ¿Cómo estáis?”, les dice. Ellas le preguntan si le pueden hacer fotos. “Por supuesto”, les contesta. “Podéis hacer lo que queráis”. Schwarzenegger hace una pausa. “¿Has hecho la foto? ¿Cómo he salido?”. La respuesta: “Guapísimo”. “Me acabáis de alegrar el día”, les dice. Las mujeres le sonríen. A continuación, Arnold se mete en una máquina de press de hombro y hace 11 repeticiones.
Inmediatamente después de eso, llama a su amigo Douglas Farrell para presumir ante las cámaras. Cuando Farrell hace fuerza con los bíceps, Arnold sacude la cabeza. “¡Ahora!”, pero, en su lugar, Farrell aprieta el pecho. Arnold asiente con la cabeza. Y ahí es cuando un culturista de Ohio, Cory Gregory (@corygfitness en Instagram, con 197.000 seguidores) le para y se dan un apretón de manos. Minutos más tarde, durante su circuito de brazos final, Arnold para de hacer dips (fondos en paralelas) para ponerse detrás de mí mientras estoy en la máquina de curls predicador, y coloca sus manos en mis bíceps. “Piensa en bíceps”, dice en voz alta. Luego se inclina un poco más. “Haz de esta”, me susurra, “tu mejor serie”. Hago 12 repeticiones y Arnold me dice: “Perfecto”. Me quedo en shock por unos segundos. ¿Acaba de decir eso de mí?
Es un entrenamiento de una