El nacimiento y consolidación del Reino de Aragón casi puede vivirse en cinco enclaves privilegiados, lugar de reposo de sus primeros reyes. Historias fascinantes, que dieron forma a nuestro país, vivieron los que allí yacen, añadiendo a la belleza pirenaica, en su descender al llano oscense, pequeños tesoros románicos y aún más antiguos.
SAN JUAN DE LA PEÑA. La leyenda medieval cuenta que Voto, un cristiano mozárabe zaragozano del siglo VIII, se despeñó por un barranco cuando trataba de dar caza a una cierva. Debió morir, pero resultó ileso al encomendarse a san Juan durante su caída. Descubrió así el cuerpo insepulto del ermitaño Juan de Atarés, y se dedicó en ese lugar a la vida contemplativa junto a su hermano Félix.
San Juan de la Peña no fue olvidada por ninguna dinastía hispánica, siendo un testimonio de diferentes estilos artísticos, y fue custodio del Santo Cáliz, hoy en Valencia
El origen monástico de este espectacular lugar, al abrigo de la roca, se pierde en el tiempo, pero sabemos que su antigua comunidad se encontraba bajo el patronazgo de san Julián y santa Basilisa, mártires que compartieron santidad como marido y mujer, formando una pareja en lo espiritual. Esta primitiva comunidad habría estado formada por hombres y mujeres, algo que no era extraño en la Alta Edad Media. Testimonio de ello es la iglesia inferior, una pequeña construcción con dos naves gemelas dedicadas a estos santos, separadas por dos arcos de herradura que testimonian el recuerdo de la arquitectura visigoda a principios