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Dejarse cautivar por un paisaje agreste e hipnótico a la vez, que solemos asociar con el salvaje Oeste, pese a estar arropado por la brisa y la luz del Mediterráneo. Perderse por un espacio protegido que ha sabido sortear, sin arrepentirse, los estragos del turismo de masas y conservar milagrosamente su privilegiado ecosistema. Recorrer el parque natural marítimo-terrestre más extenso de la península ibérica, que pide a gritos ser descubierto y que, con la misma intensidad, invita siempre a volver. El Cabo de Gata apenas ha cambiado en las últimas décadas, aunque, eso sí, su oferta gastronómica, de alojamiento y ocio se actualiza disfrutando con todos los sentidos y dejando la impaciencia a un lado.