ENSENADA, B.C.- Mario (pidió ser llamado así, “sólo Mario”) sostiene con su curtida mano derecha una jeringa que contiene lo que cree que es fentanilo. Lo asegura mientras platica recargado en la malla ciclónica que rodea El Corralito, un parque rotario en el puerto de Ensenada.
“Sí, es éste. Esta madre es fentanilo, el hielo (ice), está todo mezclado”, afirma el hombre de 59 años, originario de Colima y también usuario de heroína desde hace casi tres décadas.
Mario se enganchó con la heroína cuando trabajaba en una compañía guardando pescado en un cuarto de refrigeración. Le extrañaba ver a compañeros que sólo usaban una camisa, hasta que descubrió que se inyectaban en los sanitarios para soportar la jornada a tan baja temperatura.
Le ofrecieron la droga y primero la rechazó, aunque terminó por ceder. Sufrió llagas y buscó ayuda médica, pero continuó con el consumo. Llegó a gastarse hasta 800 pesos en dosis. Ahora nada más le invierte de 50 a 100 pesos, al tiempo que sobrevive con trabajos eventuales, como lavar automóviles. Ha llegado a dormir bajo los puentes.
“Es una esclavitud esto, ni te imaginas”, responde sobre lo que podría advertirle a un joven desde su experiencia. Al lado de Mario se sienta otro hombre. Es más reservado, aunque se anima a señalar la vena en su brazo tatuado que ocasionalmente es traspasada por la aguja. No brinda más detalles.
Casos como el de Mario reflejan que esta droga sintética está en circulación desde hace tiempo en esta ciudad porteña, a 110 kilómetros de la frontera sur