Los godos andaban siempre buscando una «tierra prometida» para su numeroso pueblo. Es lógico, por tanto, que sus primeros monarcas fuesen inevitablemente hombres de conquista, capaces de liderarlos en esa vida errante y de ocupar sin reparos cuanto territorio se les pusiese a tiro. Una actitud predadora favorecida por su origen como grupos militares al servicio del señor que los necesitase.
Es en esta estirpe bélica y conquistadora en la que surge el primer rey visigodo de importancia, Alarico, que no aparece en la lista de los reyes godos porque nunca pisó España, aunque sin él no hubiese sido posible que su pueblo lo hiciese. Porque fue Alarico quien puso en movimiento a los godos en pos de su anhelado objetivo de encontrar una tierra segura para vivir dentro del Imperio romano.
Como ambicioso aristócrata y caudillo godo que era, pugnó para que Roma le entregase unas tierras que pudiera convertir en reino autónomo. Primero invadió Grecia (395) y luego Italia, en varias ocasiones, hasta ocupar finalmente Roma en el año 410. En la ciudad santa dio órdenes de saquear todo menos los templos cristianos, así como de respetar también los monumentos más significativos. Un comportamiento poco «bárbaro», que obedecía a la idea que acariciaba de convertirse él mismo en emperador. Con ese propósito, tomó como rehén a la princesa Gala Placidia, hija del emperador Teodosio el Grande. Enardecido por sus victorias, pero necesitado de