Imaginemos –esto le ocurre a muchas personas– que tenemos que tomar regularmente un medicamento que quizás es el que me mantiene en vida. Imaginemos también que un día el laboratorio farmacéutico que lo produce comunica que dejará de fabricarlo porque lo usa muy poca gente y es antieconómico. Lo sentimos pero tenemos que cuadrar nuestras cuentas. Dicho así suena un poco brutal, sin embargo es el riesgo que corren todos aquellos que necesitan fármacos huérfanos, o sea, los que se utilizan para el tratamiento de enfermedades raras. Hablamos de cinco entre cada diez mil personas.
Las razones de tal situación podemos intuirlas. Estas empresas tienen que invertir cifras de seis ceros en