Te encuentras en el útero materno. Llevas nueve meses explorando tu cuerpo. Tu dedo gordo del pie. El cable que sale de tu ombligo. Y unos orificios por los que se cuelan sonidos. Ya los descubriste en tu sexto mes, mes en el que el feto puede distinguir sonidos. Te gusta lo que oyes. La voz de tus padres. Pero además has escuchado música. Tu madre se ha ocupado de poner música relajante cerca de su vientre, cerca de ti. Estudios aseguran que hacer oír música relajante al feto le produce una sensación de bienestar y relajación. Incluso afirman que los bebés a los que se les ha puesto música lloran menos al nacer. Como tu madre sabe bien de estos beneficios y es amante de la música clásica, ha mejorado tu estancia con el adagio del Concierto para oboe en Re menor de Alessandro Marcello. Con el oboe relaja tu cuerpo y tu mente, ralentiza los latidos del corazón hasta ponerlos al unísono con los de tu madre. Te has relajado. Lo ha conseguido. Tu madre estaba harta de las patadas.
Ha llegado el momento. No sabes bien lo que te va a deparar el destino cuando salgas. Pero ya ves la luz. Sales y hace frío. Mucho frío. Descubres el primer ritmo en tu cuerpo, cuando te golpean el trasero para despejar tus vías respiratorias, y claro, lloras. Pero la matrona ha tenido el detalle de poner música en el quirófano, exactamente la de WolfGang Amadeus Mozart. Es porque conoce elefecto Mozart. En 1991 el otorrinolaringólogo Alfred A. Tomatis publicó el libro en el que explica cómo dicho método aumenta en los pacientes el coeficiente intelectual, o al menos, algunas de sus actividades cerebrales. Sirvió