cuando Paloma Picasso (Vallauris, Francia, 1949) estuvo por primera vez en Andalucía, tenía 25 años. Había ido a Carmona, en Sevilla, para hacer una sesión de fotos para la edición francesa de una revista de moda, y de todo el equipo –fotógrafos, estilistas, maquilladores y asistentes–, era la única que hablaba español. En ese momento, mientras se comunicaba libremente con la gente, se sintió por primera vez medio andaluza. Y eso que Paloma había nacido y vivido siempre en Francia.
Pero ahí estaba su sangre española, heredada de su padre, un hombre que llevaba 45 años instalado en el país