Francis Coppola mostró gran habilidad para ser fiel y al mismo tiempo infiel al clásico de la literatura de terror de Bram Stoker. Aviso: contiene spoilers.
Muchas veces adaptado al cine en muy variopintas versiones, el personaje de Drácula ha llegado a la pantalla en la mayoría de esas ocasiones marcado, y limitado, por el filtro teatral que es consecuencia de utilizar como material de base de esas adaptaciones no la novela original de Bram Stoker, sino en la versión resumida de aquella concebida por distintos dramaturgos para traducirla a los escenarios teatrales en una obra que por otra parte en la mayor parte de sus montajes cosechó gran éxito.
Así las cosas, solo tres películas merecen ser consideradas realmente como adaptaciones que (F. W. Murnau, 1922), a la que en orden de mejor a peor le seguiría (Werner Herzog, 1979), y en tercer lugar la película que aquí nos ocupa, (1992), una de las mejores películas de terror de la década de los noventa, aunque conviene aclarar aquí que la nueva versión de que ahora prepara Robert Eggers, director de y , puede alterar ese orden en la lista convirtiendo además el trío en cuarteto.