Si levanta su vista al cielo no los verá, pero están ahí, viajando sin parar a miles de kilómetros por hora. Hacen posible nuestras comunicaciones, realizan mediciones climáticas, hacen labores de vigilancia, son la señal de nuestros GPS, entre un sinfín de funciones. Son los al menos 4852 satélites que hay actualmente orbitando la Tierra. De estos, alrededor de 2600 están en funcionamiento, mientras que el resto vaga en torno al planeta como basura espacial. Uno de estos últimos es una reliquia: el Vanguard 1, el segundo satélite lanzado por Estados Unidos en la historia y el objeto humano más antiguo en el espacio. Fue puesto en órbita el 17 de marzo de 1958, hace ahora 64 años, y aunque dejó de funcionar en 1964 seguirá orbitando el planeta durante siglos y siglos ya sin función alguna.
Una vez que un satélite termina su vida activa deja de funcionar para siempre, ya que no se puede enviar una misión humana a repararlo in situ, de ahí que todo lo que se pone en el espacio tiene una fecha de caducidad obligada. Una amenaza mayor es que el satélite sufra una avería o un impacto, porque quedará mermado o será inutilizable para siempre, echando al traste el esfuerzo científico y tecnológico de años, por no hablar de la cuantiosa inversión que suponen.
Para resolver estos problemas, los científicos se han puesto manos a la obra: hay dos misiones
