Los alrededor de cinco mil sombreros que utilizó la reina Isabel II desde su más tierna infancia hasta su muerte fueron un diccionario visual de su reinado. Como afirma el historiador Robert Lacey, los sombreros reales siguen siendo “un sustituto de la Corona”. Algunos de ellos, por ejemplo, insuflaron ánimo a los ingleses en momentos delicados; otros ayudaron a resquebrajar convenciones anticuadas; y todos, en general, permitieron la entrada de bocanadas de aire fresco en la monarquía británica.
“Los sombreros de Isabel II fueron un arma de comunicación, de igual manera que lo fueron para su madre”, escribe Alastair Bruce de Crionaich, oficial de la Orden del Imperio británico en el prólogo del libro Isabel II. Los sombreros de la Corona, obra del periodista Thomas Pernette a la que pertenecen las imágenes de este artículo. “Después de la abdicación de Eduardo VIII en 1936, la futura reina madre alentaba con sus sombreros al reino a resistir durante la guerra”, añade.
Un tocado como bandera
Gran Bretaña es una nación de sombreros, de eso no hay duda. Desde el de Winston Churchill hasta los miles que lució Isabel, pues sabía que debía mantenerse al margen de lo que se considera demasiado comercial, demasiado nuevo y demasiado audaz si lo que pretendía era encarnar a una institución milenaria. Ahora bien, sin pasarse de anticuada, como le ocurrió en 1984 al regresar de un viaje a Amán, la capital de Jordania, donde fue tachada de ir mal vestida, sobre todo, en comparación con la reina Noor de Jordania.