Diane Handricks está a punto de sentarse para una entrevista en video cuando entra rápido a su vestidor. Regresa con un pequeño prendedor de la bandera norteamericana en la solapa de su saco. “Amo a este país. Me siento bendecida por haber nacido en Estados Unidos -dice-. No hubo ninguna puerta que no se me abriera. Nunca pensé que, por ser mujer, no podría hacer las cosas que hice”.
Su patriotismo se despliega en su casa de casi 900 m, en el sur de Wisconsin. En su oficina, hay una estatuilla de Ronald Reagan a caballo y una foto de ella con Donald Trump. En la planta baja, hay una impresión numerada de alta calidad, idéntica a la que colgaba en la Casa Blanca durante la presidencia de Trump, que muestra a 10 presidentes republicanos bebiendo en una reunión ficticia. Afuera, una escultura de bronce