HAN PASADO muchos años desde el primer Golf R, el Golf IV R32, lanzado en 2002. Aquel llevaba un 3.2 V6 atmosférico de 240 CV y tracción total. El Golf VII con apellido R, que fue lanzado en 2017, rendía 310 CV con su motor 2.0 turbo, y por supuesto tenía tracción a las cuatro ruedas. El que probamos hoy es el quinto Golf R, pero la fórmula sigue siendo la misma, aunque hay muchos cambios en el chasis con respecto al anterior modelo.
La altura de la carrocería es ahora 20 mm delantero –la caída de las ruedas– se ha incrementado, los muelles y las barras estabilizadores se han reforzado un 10%, y los amortiguadores y bujes también se han mejorado. Además, el subchasis delantero del VW Golf R es ahora de aluminio, y los brazos transversales traseros han sido rediseñados para una respuesta más directa a los impulsos de la dirección. Un punto clave es la introducción del sistema de reparto vectorial del par, al que han llamado R-Performance Torque Vectoring. Este distribuye la potencia del motor no solo entre los ejes delantero y trasero, sino también, y de forma variable, entre las dos ruedas traseras. La agilidad mejora notablemente, y puede reducir el subviraje enviando más empuje a la rueda trasera exterior mientras, si es necesario, desacelera la opuesta, para acelerar la acción de giro.