La figura de Lavrenti Beria es fundamental para entender la evolución del Gulag a partir de 1939. Georgiano como Stalin, Beria se mantuvo quince años como jefe de la policía política, el NKVD. Un puesto que, según había sido el destino de sus predecesores (todos ejecutados), era casi una sentencia de muerte. De hecho, acabó siéndolo (Beria sería asesinado tras la muerte de Stalin), aunque él logró esquivarla más tiempo de lo que sus opositores esperaban. Esta larga permanencia en un cargo tan delicado habla de la enorme confianza que el dictador soviético tenía en él.
La primera tarea de Beria al frente del NKVD fue poner fin al caos organizativo y productivo en el que se encontraban la mayoría de los campos de trabajo, a consecuencia de las detenciones masivas y las ejecuciones perpetradas durante la Gran Purga. La segunda, aumentar su rentabilidad. Beria llevó a cabo varias reformas. Por una parte, ordenó mejorar las condiciones de vida de los prisioneros para que vivieran más y trabajaran mejor. Se fijaron nuevas cuotas de alimentos y rendimiento, escrupulosamente calculadas, y se abrieron nuevos campos para evitar la masificación y aumentar la producción. También se levantó la prohibición, establecida durante la Gran Purga, de utilizar a presos políticos con conocimientos científicos o de ingeniería en los puestos técnicos de los campos. Incluso se crearon emplazamientos especiales, los “sharashki”, dedicados a la investigación científica por parte de estos prisioneros (el escritor Alexandr Solzhenitsyn, que había estudiado física y matemáticas, estuvo en uno de ellos).
Por otro lado, Beria optimizó la gestión de los campos a través del establecimiento