ada día la ciencia demuestra cuan próximos estamos a otras especies animales en aquello que teóricamente nos diferenciaba, en características, comportamientos y facultades que en apariencia nos distinguía y definía como humanos y, por tanto, como seres superiores dentro de una interpretación piramidal de la evolución. Hoy sabemos, y acumulamos día a día evidencias en esa dirección: que la experimentación y expresión de emociones, las interacciones sociales complejas o la inteligencia y procesos cognitivos superiores no son un patrimonio exclusivo de nuestra especie. Nuestras mascotas en la esfera doméstica, y otras muchas especies en sus respectivos hábitats naturales, nos ofrecen gracias a esas capacidades superiores grandes enseñanzas a través de la forma en la que se relacionan con sus iguales, con nosotros o con el medio en el que viven. Las evidencias científicas relativas a estos comportamientos ejemplares, observadas y descritas por etólogos, antropólogos, neurocientíficos y biólogos son abrumadoras –empatía, solidaridad, perdón, trabajo en equipo, protección del débil…–, aunque muchas veces exista una excesiva tendencia a describirlas como producto de
