Tras levantar una piedra, Ignacio Martínez Mendizábal vio un cráneo que asomaba y retiró la arcilla que lo cubría. Aunque estaba un poco desarticulado, parecía que estaba completo —más que el anterior— y lo extrajo. En aquel momento, los paleontólogos acababan de encontrar en Burgos algo tan imprevisto como el fósil del cráneo de homínido más completo y antiguo del mundo. Tras lo cual, «nos fuimos», recuerda Martínez.
Después de la celebración, en la que trataron de asimilar lo que acababan de encontrar, volvieron a las excavaciones. En esos días, Ana Gracia, doctora en biología, que trabaja en Atapuerca desde 1986, y parte del equipo que halló el cráneo, fueron los encargadados de montar el puzle. «Lo fuimos recomponiendo y después de lavar y consolidar, el 18 de julio nos pareció que claramente teníamos todo el cráneo», recuerda. Inmediatamente apareció el cráneo número seis. Reconstruir, casi a la vez, cráneos tan diferentes como el cuatro, el cinco y el seis, permitió a los investigadores de Atapuerca ver la variabilidad de la especie, que consideraron Homo heidelbergensis, y escribir un artículo para Nature.
Tras el cráneo de Miguelón, apareció el nombre. «Los nombres de los fósiles no se ponen, aparecen», aclara Martínez. Ese verano Miguel Induráin ganó el tour de Francia una vez más y su nombre no tardó en manifestarse en Atapuerca porque «estaba en el ambiente». Desde entonces, el cráneo número cinco o AT700 se llamó Miguelón en honor al ciclista que causaba furor.
EL NOMBRE DE MIGUELÓN SIMPLEMENTE APARECIÓ. Y