La casi treintañera estadounidense Virginia Cowles, de extensa melena morena coronada con una boina de tintes galos, destruyó los arcaicos arquetipos del periodismo decimonónico con su viaje en 1936 hasta la España que ardía con la Guerra Civil. Aunque sobrevivía a golpe de escribir reportajes que hablaban de moda y de los tipos de marido que las mujeres de alta sociedad podían elegir, hizo la maleta y atravesó el Atlántico para desembarcar en una península sumida en el caos y la muerte. «La única forma que tiene una chica para poder cubrir el conflicto es comunicarle al periódico que está decidida a ir de todos modos y si desearían recibir algunos artículos», escribió poco después. A ella, desde luego, le fue bien; y eso, a pesar de que carecía de experiencia alguna en el campo de batalla. Su máxima era dar voz a todos: sublevados y republicanos.
Cowles describió con pulcritud el conflicto y denunció el horror de la lucha fratricida. En Madrid, insistía en sus crónicas para el o el todo eran explosiones y cadáveres. Así retrató su pluma, virgen de guerra, uno de los primeros momentos de tensión que vivió en la capital: «El bombardeo duró media hora. Cuando acabó, salimos a la calle. El suelo estaba cubierto de escombros y metralla, y un poste telefónico se inclinaba tambaleándose sobre uno de los edificios. […] En las cercanías,