Su temprano abandono de los escenarios, en pleno éxito, y la vida recogida que llevó desde entonces no hicieron más que aumentar el misterio que siempre rodeó su figura. Un misterio que ella misma se encargó de fomentar durante los años que estuvo en activo, hasta conseguir construir un personaje que acabó por fagocitar a la persona. Tórtola Valencia ocultó el que, posiblemente, fuera un origen, o una infancia, oscuro con imaginativas fabulaciones, rivalizó en los escenarios con mujeres de la talla de la Bella Otero o Cléo de Mérode y, sin temor a que sus extravagancias ensombrecieran su calidad artística, no dudó en pasearse por el París de los años veinte exquisitamente vestida con un papagayo sobre el hombro y sin el preceptivo corsé, al que calificaba de “cárcel de los encantos”. Siempre se proclamó budista y vegetariana, no ocultó su pasión por las ciencias ocultas y esgrimió modos de “femme fatale” frente a los hombres más poderosos del momento, comportándose como una diosa hierática e inaccesible. Consiguió, así, dar cuerpo a la frase de su contemporáneo Eugenio d’Ors cuando dijo que “solo hay una forma de librarse del olvido: construir una leyenda”.
De Sevilla a Londres
Carmen Tórtola Valencia –su nombre completo– nació en Sevilla, concretamente en el barrio de Triana, el 12