Las primeras expediciones marítimas de los vikingos se dirigieron allá donde lo propiciaron vientos y corrientes. Así pudieron cruzar el mar del Norte hacia las islas de Gran Bretaña e Irlanda ya a finales del siglo VIII. Pero se trató de viajes a la ventura, sin mapas ni voluntad de continuidad, que no comenzarían a consolidarse y hacerse cíclicos hasta la segunda década del siglo siguiente.
La primera noticia de una expedición vikinga no nos la proporcionarán ellos mismos, sino los monjes de la isla británica de Lindisfarne, que recibieron la inesperada visita en el año 793. Situada frente a las costas del reino medieval de Northumbria (norte de Inglaterra), estaba a relativamente poca distancia de Noruega. La presidía un castillo-monasterio fundado por san Aidan, uno de los monjes irlandeses que cristianizaron a los anglosajones; por eso se la llamaba también la Isla Santa. Los vikingos protagonizaron un sangriento ataque contra los desprotegidos monjes (en aquella época, era habitual que estos buscaran el aislamiento en lugares alejados del mundanal