Fotogramas

CON PISTOLAS DE IDA Y VUELTA

¡QUÉ PELÍCULA LA DE AQUEL RODAJE!

Desde pequeñajo me han gustado los westerns. Así que siempre me hizo mucha ilusión protagonizar uno, y casi que fui yo quien animó a Mariano Ozores aFue mi primera y única incursión, con un guiño de comedia, claro, en este género que tanto admiro. Una superproducción para aquel entonces, con una semana de exteriores en Almería. Hacia allí, el destino con fama de gozar de 365 días con sol, nos embarcamos. Primera sorpresa, soplaba el viento con tal fuerza que hubo que juntar los camiones formando un parapeto para protegernos; como si fuéramos una caravana del Far West haciendo frente con sus carretas al envite de los pieles rojas. Luego llegó aquella pequeña nube que no nos abandonó durante todo el rodaje. Cuando no descargaba un aguacero, iba y venía sobre nosotros tapándonos el sol. Y llegó la hora de lucirse con las pistolas, como cuando mi personaje está en una escalera y hace acrobacias con ellas. ¿Cómo lo logré cuando se me ve la cara y no me sustituía el doble? Sencillo. Lo filmamos al revés. Cuando parecía que las estaba enfundando con toda precisión, en realidad, las estaba sacando de las cartucheras. La magia del cine. Lo de los caballos no fue tan sencillo porque aquellos animales tenían muchas horas de vuelo. En cuanto escuchaban: levantaban la cabeza, estiraban las orejas y se ponían en posición. El de Antonio Ozores era tan tranquilo que se dormía en cuanto se paraba. El pinto que llevaba Juanito Navarro tenía el hábito, al detenerse, de darse la vuelta y mostrar sus cuartos traseros. Yo parecía que era quien tenía más dominio, pero se debía a que imitaba la postura de mi admirado John Wayne en cuanto me quedaba quieto. Lo más terrible era que si aflojaba las riendas el animal bajaba la cabeza para buscar algo en el suelo, yo le perdía de vista y mi angustiosa impresión era que el caballo desaparecía debajo de mí.

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