UN PERSONAJE DE BIGOTES
Al incorporarme a me cortaron el pelo y, por deseo expreso de Guillermo del Toro, me dejaron el bigote igual que lo llevaba Heinrich Himmler, el líder nazi. Eso tiene gracia cuando haces dos o tres sesiones en un rodaje y luego tela comedia de Lope de Vega. Hice pruebas para tres personajes: el maqui tartamudo, que interpretó al final Ivan Massagué; el padre imaginado de la niña, que tenía una sola secuencia y recayó en Federico Luppi, y el teniente Garcés, uno de los secuaces del malo, que fue mi papel. Al enterarme, me dio un vuelco el corazón. Mi ilusión se incrementó cuando nos dieron un curso de equitación de dos semanas, en el que gocé como un niño chico, a pesar de que el caballo me tiró un par de veces y me piso una uña del pie que estuvo negra un año. Las agujetas diarias hacían realidad ese dicho de descubrir en las piernas músculos que desconocía que existían. Nada me importaba porque cumplía un sueño infantil, ya que de pequeño tenía tal obsesión por los caballos que eran los únicos animales que dibujaba en la escuela. Era como estar dentro de una de esas películas del oeste o bélicas que tanto me gustaban de chaval, aunque en mis fantasías yo no era, claro, uno de los malos. No dejaba de repetirme: Lo más curioso es que filmamos un verano de sequía, en El Espinar, Segovia, mientras que en la ficción figuraba que estábamos en Asturias, lloviendo a mares, así que hubo que recurrir a la lluvia artificial, a poner kilos y kilos de helechos de plástico y a teñir de verde todo aquel secarral.
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