EL PAPA FRANCISCO EN LA DIANA
Vivo todavía. Aunque algunos me querían muerto», confesó el papa a un grupo de jesuitas preocupados por su estado de salud. Las palabras de Francisco no pasaron desapercibidas. Inmediatamente levantaron toda una polvareda de incertidumbre tras pronunciarlas el pasado 12 de septiembre de 2021 en Eslovaquia. El propio pontífice no terminó ahí su declaración y añadió: «Sé que hubo incluso reuniones entre prelados, que pensaban que el papa estaba más grave de lo que se decía. Preparaban el Cónclave» para elegir nuevo pontífice.
Tan afilada respuesta podría interpretarse como una denuncia pública a la desesperada. Incluso como una llamada de auxilio de alguien plenamente consciente de que, a su alrededor, abundan las maquinaciones sibilinas en su contra. Unos complots palaciegos en toda regla que anhelarían adelantar la sucesión, aprovechando cualquier mínimo signo de fragilidad en el depositario de la tiara de San Pedro.
Este sincero desahogo de Francisco ante sus correligionarios de la Compañía de Jesús, sin duda la orden más querida por el papa puesto que a ella misma pertenece, vino a colación de su paso por el quirófano varias semanas antes, el 4 de julio en Roma. La cirugía pilló por sorpresa a todo el mundo. El ingreso no se anunció por anticipado a los medios pese a estar programado conforme se dijo después, y duró nada menos que diez días. Para un hombre de 84 años y con tan poderoso cargo, aquella intervención quirúrgica inevitablemente dio mucho que hablar. Así que, casi al unísono, las tranquilizadoras versiones oficiales acerca del motivo de la hospitalización entraron en pugna con otras filtraciones divulgadas por periodistas próximos a la curia romana que esgrimían un diagnóstico mucho más preocupante.
«ESTÁ MUY ENFERMO»
En principio, Francisco padecía una estenosis diverticular sintomática del colon que obligó a extraerle 33 centímetros del intestino debido a su estado necrótico ya irrecuperable. El ingreso se produjo en condiciones de máximo anonimato. Apenas unas horas antes, el papa había dirigido su mensaje dominical en la Plaza de San Pedro a los fieles desde una de las ventanas del Palacio Apostólico como es costumbre, para posteriormente marchar al Hospital Policlínico Gemelli, únicamente acompañado por un chófer y uno de sus más estrechos asistentes. En todo momento la reserva fue absoluta, hasta el punto de que la presencia Jorge Mario Bergoglio pasó desapercibida en el centro médico para la gran mayoría de los trabajadores y pacientes hasta que se hizo pública. Después, comenzaron
