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Auge y caída de PLANET HOLLYWOOD

Roseanne Barr estaba tras una barra de cristal azul ne—n, rodeada de botellas de ginebra, vodka, bourbon y tequila. Las paredes estaban decoradas con cuadros de cemento blanco con huellas de manos. Era el 17 de septiembre de 1995, Barr era la reina del horario de máxima audiencia televisiva, pero esa noche en particular lucía una enorme camiseta roja con el logo de Planet Hollywood y fregaba vasos detrás de la barra del restaurante de la cadena más popular de EEUU.

Patrick Swayze, siete años después de su actuación en Dirty Dancing, se acercó a la barra. Llevaba el pelo corto y un flequillo que le cubría la frente. Se detuvo y miró a Barr: “Oye, ¿me pones un pink lady?”.

El bullicio de la multitud aumentó, y ahogaba la música. Esa noche, los clientes estaban rodeados de recuerdos de películas: el vestido de Rita Hayworth en Gilda, la ropa blanca de hospital de la enfermera Ratched en Alguien voló sobre el nido del cuco, la caja de bombones de Forrest Gump. El logotipo de Planet Hollywood se veía muy grande, reflejado en el techo.

Dos semanas antes, Charlie Sheen había sido portada de todos los tabloides por su boda con la modelo Donna Peele. La pareja se había conocido apenas seis semanas antes de la boda. Ahora el feliz recién casado, con traje y corbata, gafas y perilla, se abría paso a codazos hacia Barr. ¿Y qué quería Sheen? Un major league hotshot, cómo no.

–Ahora estás casado –bromeó Barr.

–Tienes razón –respondió Sheen–. ¿Qué tal entonces un sex on the beach?

Antes de que llegara su copa, alguien le tocó el hombro. Era Luke Perry con una cazadora de Planet Hollywood. “Tengo que tomar algo que me lleve a otro código postal”. Jean-Claude van Damme, todo músculo y gomina, gritó con su acento belga que le apetecía algo “potente y picante”. Sin perder el ritmo, Barr, que estaba sirviendo una copa a Danny Glover, le recomendó: “Prueba un sidecar. Creo que es francés”. Tras una pausa, como si se esperaran las risas y los aplausos de la audiencia de un estudio en directo, George Clooney se inclinó sobre la barra –luciendo un corte César que solo le queda bien a George Clooney– y aulló: “¡Hay una emergencia! Necesito una copa”.

Si esto no suena muy natural, si no se parece en nada a lo que crees que pedirían estos famosos, es porque probablemente fue un diálogo un poco guionizado. Era la inauguración del Planet Hollywood de Rodeo Drive, en Los Ángeles, y allí estaban todas las celebridades que puedas imaginarte. Era lo más: ABC emitió un evento especial, Planet Hollywood Comes Home, y la policía cerró la calle. Todo por un restaurante que servía pollo cubierto de cereales de desayuno. No solo era un establecimiento de una cadena: era un restaurante temático con muchos famosos. Ahora parece incomprensible que las estrellas estuvieran de acuerdo en acceder a participar en algo así.

Entonces todos parecían estar en su salsa. Durante unos años de los 90, algunas celebridades dejaron de lado su exclusividad, al mismo tiempo que sus fans demostraban su amor pagando diez dólares por comer una hamburguesa bajo la chaqueta de cuero de . ¿Hortera? Sí. ¿Un éxito masivo –pero fugaz– nunca visto? Por supuesto.

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