Para la ETERNIDAD
Era 1937 cuando Gabrielle Chanel lanzaba la primera campaña fotografiada de su primer perfume, el Nº 5. En la imagen, aparecía ella misma ataviada con un vestido de noche de tul y apoyada sobre la imponente chimenea que coronaba su habitación en el Hotel Ritz de París, donde vivía. Clic. Y el instante pasó a la historia: la primera couturière en crear su propia fragancia posaba encarnando fielmente a la mujer a la que se dirigía. Una mujer como ella. Y, siguiendo con las primeras veces, esa primera imagen de este célebre perfume se publicó, por primera vez, en las páginas de HARPER’S BAZAAR. El icono estaba servido.
Su historia de París, Deauville y Biarritz, y le planteó a Beaux el gran reto de dar vida a su debut en fragancias. Buscaba, en sus propias palabras, «el perfume de una mujer con la esencia de una mujer». ‘Ambición’ podría haber sido su apellido. Así, el experto buscó hasta en la Antártida los ingredientes de un producto que pudiera estar a la altura de las exigencias de la mujer del momento. Finalmente, reunió un de hasta 80 aromas diferentes con el que creó diez prototipos para presentar a Gabrielle. La modista eligió el quinto, quizá porque realmente fue el que más le gustó, quizá porque este era su número de la suerte desde pequeña (y su superstición, dicen, no tenía límites). No se sabe. Pero lo mantuvo, incluso, como protagonista del título minimalista de su fragancia en contraste con los nombres de la época, que sonaban rimbombantes a su lado. Chanel Nº 5. No le hizo falta más para triunfar.
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