LA ÚLTIMA BRUJA: ECOS DE UNA SANGUINARIA CACERÍA
“Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar” es una de las consignas expresadas en las marchas del Día Internacional de la Mujer cada 8 de marzo. Tan contundente eslogan titula además al “manifiesto feminista autobiográfico” de la ilustradora española Ame Soler, quien confiesa: “Nunca he encajado en los esquemas que la sociedad ha construido para ser una chica perfecta. Desde pequeña me despeinaba de manera asombrosamente fácil. Recuerdo un día que había jugado, corrido, saltado… y un profesor me dijo: ‘Péinate, pareces una bruja’”.
Más allá de esta anécdota, con perspectiva de género, la proclama de Ame remite a la vigencia en el imaginario de la figura de la bruja, endilgada a las mujeres que no responden a las expectativas sociales y que, por eso, han sido perseguidas desde épocas bastante remotas.
La historia de esta persecución se remonta a finales del Medievo e inicios de la
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