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EL COSTO MORTAL DEL AIRE CONTAMINADO

CUANDO LA COVID-19 EMPEZÓ a hacer estragos en el mundo, Francesca Dominici sospechó que la contaminación del aire aumentaba el número de muertes. Los habitantes de los lugares contaminados tienen más probabilidades de padecer enfermedades crónicas, y esos pacientes son los más vulnerables a la COVID-19. Además, la contaminación del aire puede debilitar el sistema inmunológico e inflamar las vías respiratorias, lo que deja al cuerpo con menor capacidad para combatir un virus respiratorio.

Muchos expertos vieron la posible conexión, pero Dominici, profesora de bioestadística en la Escuela de Salud Pública TH Chan de Harvard, estaba especialmente preparada para demostrarla. Ella y sus colegas han dedicado años a la creación de una plataforma de datos extraordinaria que alinea la información sobre la salud de decenas de millones de estadounidenses con un resumen diario del aire que han respirado desde el 2000. Ella me lo explicó el verano pasado.

Todos los años, Dominici compraba información detallada –pero anónima– sobre cada uno de los casi 60 millones de estadounidenses mayores. Dirigido por Dominici y el epidemiólogo de Harvard Joel Schwartz, decenas de científicos primero dividieron Estados Unidos en una rejilla con cuadros de un kilómetro de ancho; luego crearon un programa de aprendizaje automático para calcular los niveles diarios de contaminantes durante 17 años en cada cuadrado, incluso si no había un monitor de contaminación en él.

EL CARBÓN Y SUS CONSECUENCIAS ESTÁN POR TODAS PARTES EN ULÁN BATOR.

Con esas dos fuentes de datos, por primera vez Dominici y sus colegas pudieron estudiar los efectos de la contaminación del aire en todos los rincones de Estados Unidos. En un estudio de 2017 descubrieron que, incluso en sitios donde el aire cumplía con los estándares nacionales, la contaminación estaba vinculada a tasas de mortalidad más altas. Eso significa que “el estándar no es seguro”, añadió Dominici.

Dos años después, este equipo informó que las hospitalizaciones por una serie de dolencias aumentaban con el incremento de la contaminación. Estos resultados se sumaron a una montaña de evidencias que demuestran los peligros de las PM 2.5 o partículas suspendidas menores de 2.5 mi- crómetros, cerca de un treintavo del ancho de un cabello humano. Algunas de esas partículas, de hollín, por ejemplo, pueden pasar al torrente sanguíneo. Los científicos han encontrado incluso partículas “ultrafinas” más pequeñas en el corazón, el cerebro y la placenta.

LAS TASAS DE MORTALIDAD VIRAL SON MAYORES EN LOS SITIOS CON MÁS CONTAMINACIÓN POR PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN.

Cuando se produjo la pandemia, Dominici y su equipo decidieron con rapidez cotejar los datos sobre la calidad del aire en el país,

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