GUIONISTA Y ‘ADMIRADOR’
Cuando en 1989 se cumplió con mi sueño de publicar una novela, no podía imaginar que eso me llevaría a otro con el que ni siquiera había fantaseado: participar en una película. Fernando Trueba y. Recuerdo que con un rotulador rojo Emilio, cuando le llevé unos folios, tachó muchas líneas de diálogo. Esa fue mi primera lección: un guion ha de ser mucho más sintético que una novela. Asistí bastantes días al rodaje, toda una novedad para mí. Y aprendí algo más: un guionista no pinta nada allí. Sentado junto a Emilio frente al combo, a veces le hacía sugerencias, y él hacía lo debido: escucharme con tanta paciencia como amabilidad y hacerme caso solo cuando ya estaba previamente de acuerdo. En las escenas de bares –o de fiestas– se ve fugazmente a algunos de mis hermanos o amigos. A ello, que lo hacía más divertido aún para mí, se sumó que dos amigas, Isabel Ruiz de la Prada y Ayanta Barilli, actuaban. Todo eso hacía que el ambiente de fiesta de la película se trasladara a mi experiencia, a lo que contribuía Pere Ponce con su simpatía. En los títulos de crédito aparezco como guionista y ‘Admirador’, deferencia de Martínez-Lázaro por una escena nocturna en la que estoy con gafas, chaqueta y aire despistado, copa en mano y sin decir nada. Ni siquiera se nota que admire mucho al personaje de Sara (encarnada por una entonces desconocida Ariadna Gil). Sumido en el rodaje de una historia en la que Sara y Pedro se pelean y reconcilian varias veces, yo le había preguntado a Emilio, en uno de los descansos, algo que me preocupaba: ¿qué pensaba; Antón y Rosemary, los protagonistas de volverían a juntarse? Emilio se rio: ni de coña. Así que en esos breves segundos en los que se me ve, más que admirando, estoy impresionado. O, en todo caso, admirando a Martínez-Lázaro, que tenía las cosas bastante más claras que yo.
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