LEPRA EL CASTIGO SOCIAL
Un sacerdote acude a tu casa para llevarte por la fuerza a la iglesia, poco después de haberte rapado la cabeza –también de forma obligada–, y durante el camino a tu destino entona fúnebres cánticos religiosos ante el pavor y el estupor de tus hasta entonces entrañables vecinos. Una vez en la casa de Dios, te confiesas sabiendo que será la última vez y, acto seguido, te recuestas como si estuvieras muerto. Tan muerto que te colocan una sábana negra que te cubrirá por completo mientras se celebra una misa por tu defunción. En la puerta de la iglesia –o en ocasiones en un agujero horadado en el suelo– recibes unas paladas de tierra sobre la cabeza, como si te enterraran, y el sacerdote sanciona: “Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”.
Desde ese momento, estás muerto en vida. Recibes un ajuar propio de los muertos vivientes, que te distinguirá de los vivos para siempre, y unas castañuelas o un cencerro para avisar al resto de personas de tu fantasmal presencia con el fin de que aquellos no malditos puedan huir de ti y de tu maldición. Por supuesto, recibes un listado de prohibiciones que te alejarán el resto de tu vida del contacto social. En el mejor de los casos, te convertirás en un vagabundo que tendrá la suerte de poder vivir en: eres un leproso de la Edad Media.
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