EN LA CASA COLECTIVA
La adecuación física de las ciudades a desafíos como la superpoblación, el calentamiento global o la pandemia en curso es un capítulo que aún se está escribiendo en la disciplina del urbanismo. Sin embargo, la íntima relación existente entre el hábitat artificial que forman las metrópolis y un aprovechamiento inteligente de la naturaleza circundante, de la que dependen, se remonta a los primeros asentamientos colectivos de cierta magnitud.
Un ejemplo temprano de esta primitiva sostenibilidad tuvo su auge en torno al siglo xviii a. C. en la isla griega de Santorini, entonces denominada Thera. Este punto hoy turístico del Egeo destacó, durante la Edad del Bronce, por su esplendor como versión local de la civilización minoica. Allí hubo desde el Neolítico una asombrosa ciudadela portuaria, Akrotiri. Durante su apogeo, las viviendas de Akrotiri disponían de amplios tragaluces para iluminar y asegurar la ventilación. También presentaban un tamaño considerable puertas y ventanas.
En este caso, en calidad de mecanismo antisísmico, para moderar los efectos de los temblores que sacudían la isla. La ciudadela poseía, además, un circuito comunitario de agua corriente fría y caliente, para disfrutar de ella en pequeños cuartos de baño y para drenar las evacuaciones lejos del área habitada.
Ecourbanismo milenario
En otras palabras, ya entonces se velaba por factores que hoy hace suyos el ecourbanismo. Uno de sus gurús, Timothy Beatley, define este ideal urbano como metrópolis moldeadas por lugares, comunidades y estilos de vida sostenibles. O sea, urbes
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