LA AMENAZA DEL ISLAM
urante los primeros siglos de nuestra era, el cristianismo se convirtió en el culto monoteísta hegemónico en los países ribereños de la cuenca mediterránea, aunque en convivencia con núcleos de judaísmo y de otros cultos (locales, politeístas, etc.), una figura que convulsionó el panorama religioso de la época. El islam, la nueva religión predicada por Mahoma en Arabia entre los años 610 y 632, se extendió a una velocidad increíble por Asia occidental y central y por todo el norte de África, tanto de modo pacífico como mediante conflictos armados. Precisamente, los musulmanes conquistaron Palestina entre los años 635 y 640 y se hicieron con Jerusalén, la ciudad sagrada para las tres grandes religiones monoteístas (judíos, cristianos y también musulmanes), lo que fue vivido por la cristiandad como una terrible desgracia. El islam prosiguió su expansión por Oriente y también hacia Occidente y en apenas un siglo desde su fundación había llegado a Europa: en el año 711, los musulmanes atravesaron el estrecho de Gibraltar y se impusieron rápidamente en la práctica totalidad de la península ibérica e, inicialmente, en el sur de Francia (la Septimania). A mediados del siglo VIII, la Europa católica empezó a percibir el avance del islamismo como una amenaza más seria, pero, salvo en la corta etapa del reinado de Carlomagno (768-814), se mantuvo sumida en una profunda postración a la espera de tiempos mejores, que no llegarían, como se ha dicho, hasta mediados del siglo XI.
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