La nación que se descubre racista
NUEVA YORK.- “¡Váyanse al carajo!, ¡váyanse al carajo!”, rugió Livia Rose Johnson en su altavoz a los cuatro policías que resguardaban la catedral de San Patricio, en la Quinta Avenida. “¡Renuncien a sus empleos, tienen las manos manchadas de sangre!”.
En la cara de uno de ellos, con los brazos cubiertos de tatuajes, se percibía desprecio; otro sonreía sarcástico… El resto de los uniformados la miraba impávido.
En la voz de Johnson, una joven negra de unos 25 años, había rencor y frustración, pero también la energía que ha hecho de las protestas multitudinarias en Estados Unidos –tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía– las más amplias manifestaciones públicas en la historia del país.
Los jóvenes líderes de las protestas del domingo 14 fueron capaces de encauzar en Manhattan una manifestación de miles de personas que invadieron la Quinta Avenida y no se detuvieron hasta enfrentar una línea de policías apostada tras una barrera de metal que resguardaba la Torre Trump. “Protesta pacífica, protesta pacífica”, coreaba la multitud.
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