LAS PROFECÍAS ISLÁMICAS DE LA III GUERRA MUNDIAL
Cuando visité Damasco, allá por el año 2005, lo primero que hice fue dirigirme al costado izquierdo de la Gran Mezquita Omeya, justamente debajo del minarete blanco, pues según las profecías que anuncian el final de los tiempos en la literatura mahometana, Jesús descenderá del cielo en este lugar vestido con prendas color azafrán y asido a las alas de dos ángeles, para luchar contra el Dayyal (el anticristo).
La leyenda sigue narrando que cuando agache la cabeza, de ella caerán gotas de sudor; y que cuando la levante, cuentas como perlas se dispersarán por su frente. Todos los incrédulos que huelan el perfume de su santidad morirán, y su divino aliento llegará tan lejos como su vista alcance. Luego, reuniendo a las fuerzas del bien bajo su mando, combatirá contra el Falso Mesías y le dará muerte en la puerta de Ludd –quizás Megido o Jerusalén–, atravesándolo con una flecha. Empero, aunque la flecha no llegara a tocarle, la presencia de Jesús sería suficiente para derretir al último de los treinta embusteros que la humanidad habrá cobijado y dado crédito hasta ese momento.
Según algunos –relatos y dichos del profeta Muhammad (Mahoma), recogidos por sus más íntimos compañeros–, el Anticristo tendrá la apariencia de un hombre con el pelo rizado y será ciego de un ojo. Emergerá en la zona de Irán, Irak o Siria, extendiendo el mal sobre la Tierra y engañando incluso a los más precavidos, ya que será capaz de realizar toda serie de prodigios milagrosos. Entre sus ojos podrán leerse tres letras en lengua árabe: «K», «F» y «R» –, incrédulo–, que únicamente los musulmanes que se han
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