LOS CELOS DE JODI ARIAS
En Estados Unidos hay un dicho que asegura que “no hay infierno comparable a la furia de una mujer despechada”. Travis Alexander, un coach profesional de Arizona, lo comprobó cuando su exnovia, Jodi Arias, viajó desde California hasta su casa, en Mesa (Arizona), movida por una rabia totalmente fuera de control. Al principio, Travis intentó defenderse, pero Jodi estaba armada con un cuchillo y se puso a dar puñaladas hasta que una le rebanó el cuello. De oreja a oreja. La fiscalía explicaría después que, aunque la herida no fue mortal, sí cortó las cuerdas vocales y una arteria. Como no había rematado a su expareja, Jodi desenfundó su pistola y le metió un balazo entre ceja y ceja.
La casa de Travis quedó hecha un cuadro macabro, con sangre en los azulejos del baño y el fregadero, sangre en la alfombra de su habitación –Jodi llevó el cuerpo hasta la zona de la regadera– y sangre en las paredes. Para cuando alguien llegó a la escena del crimen, Jodi ya había puesto tierra de por medio. Primero, había ido a Salt Lake City (Utah), donde se había citado con un hombre que no tenía ni idea de lo que ella había hecho. Luego, regresó a California. Según el fiscal Juan Martínez, la cita de Jodi era parte de su coartada, pero no le sirvió de mucho.
OBSESIONADA
Lo primero que dijo Jodi tras ser arrestada, el 15 de julio de 2008, es que había pasado la primera semana de junio –la muerte de Travis había tenido lugar el día 4 de ese mes–en unas
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