Una de apaches
Los filmes de indios son tan abundantes que por sí mismos podrían constituir una categoría propia dentro del western. Y sobre todo, ateniéndonos a su veracidad, lo que sí han proliferado son títulos donde aparecen personajes tocados con plumas que fuman la pipa de la paz, cortan cabelleras, no cambian jamás de expresión y parecen incapaces de conjugar un verbo más allá del infinitivo. Un retrato lleno de inexactitudes y racismo más o menos encubierto que muestra que si, como se ha dicho, la historia la escriben los vencedores, en ocasiones también son los encargados de rodarla.
Pocos pueblos han recibido un tratamiento cinematográfico más erróneo que los indios norteamericanos. Sus dos presentaciones más habituales son la de salvajes sedientos de sangre y la de guerreros orgullosos y nobles que vivían en armonía con la naturaleza. La verdad está bastante alejada de ambas partes, y además tiene que lidiar con confusión y tergiversación. De hecho, la imagen de los indios en el cine siempre aparece en relación a la visión –negativa o positiva– que el hombre blanco tiene de ellos. Hasta muy recientemente no han comenzado a protagonizar cintas dedicadas únicamente a ellos.
Errores repetidos
Entre los muchos desaciertos del género está el hecho de que casi todos los argumentos transcurren entre 1825 y 1880, periodo muy corto que apenas recoge una pequeña parte de la historia, como señala el escritor y activista proindios Ward Churchill. Todos los pueblos indios que aparecen en las películas son casi idénticos en costumbres, tradiciones y vestuario; tanto los mohawks, originarios del (Elliot Silverstein, 1970), producción que muestra un pueblo cuyo idioma es lakota, cuyos peinados varían de assiniboine a nez-percé o comanche, cuyos tipis son de diseño crow… La película se refiere a ellos como sioux, pero ¿a qué grupo de esta tribu se supone que pertenecen?
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